Hubo un alguien, único y diferente, que me enseñó a ser yo e intentar ser feliz. Pero sobre todo a ser yo. Me demostró que un día sin sonreír es un día perdido y que tengo que reír para que el mundo ría conmigo. Sin saberlo, supo darme una gran lección con pocas palabras: "lo realmente importante es luchar para vivir la vida, para sufrirla y para gozarla. Perder con dignidad y atreverse de nuevo. La vida es maravillosa si no se le tiene miedo".
Estoy segura de que ya sabéis de quién os hablo y de lo especial de su sombrero.
Desde entonces, abro la puerta y salgo. No me importa si lloverá, si el día vestirá de blanco o si, por suerte se llenará de luz. Olvido si es lunes o martes. Si habrá nubes grises o si hará frío. Ahora me da igual lo que haya fuera.
Él lo llevaba siempre para sonreír. Y aunque a veces se me olvide o por un momento no lo encuentre y salga sin él... siempre está el momento adecuado para volver a buscarlo.
Por lo que significa y por lo que da. No podía ser otro más que el suyo.
Gracias Charles Chaplin.
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