No compartíamos el día a día, pero sabíamos que estábamos y
que solo necesitábamos un mensaje, una llamada o esperar al próximo encuentro
para saber si todo iba bien.
Yo estaba esperando ese sábado 3 de noviembre para volver a vernos,
ese era mi aliciente de la semana. Porque, aunque nunca más que a ti, me
encantaba y me encanta reunirnos. Y sabía que ese sería uno de los grandes días que
se recordarían.
Y desde un martes antes, nunca nada volverá a ser igual.
Contigo se
van todos esos momentos que hacías especiales. Todos esos grandes días y las
grandes reuniones a las que todos alguna vez faltamos, menos tu.
No quiero
volver a nuestra casa si no estás para recibirme con un abrazo y un beso, si no
se escucha tu voz, si no estás tocando las palmas o empezando sevillanas para
que alguien te siga.
No quiero
una navidad allí si no te voy a escuchar cantar villancicos sin parar y tocar
la pandereta como si no hubiera un mañana.
Sin tu risa, la casa ya está vacía para siempre.
Esperaré verano tras verano tres golpes y un empujón en la
puerta de mi casa. Que aparezcas con tu gorra azul celeste y vengas a buscarnos
para ir a la playa. Que te sientes en el sofá con algo que contar, que
propongas un viaje, un día de excursión, hacer un botellón o una partida de cartas
después de cenar.
En mí se quedan para siempre las historias de piratas, juegos
de toreros, paseos por la orilla de La Antilla, risas a carcajadas, cada conversación, una semana santa de
ensueño y un millón de recuerdos de infancia y de ayer que supiste clavar en
mi y que nunca nada ni nadie podrá borrar.
Siempre admiré tu valentía y tu actitud para mirar de frente
a la vida y afrontar tantos problemas que te vinieron sin merecer y que tan
increíblemente controlaste. Tu superación, tu dedicación por lo que te
apasionaba, tu humildad, tu cercanía y tu alegría la has dejado ver y notar hasta el final. Seguiré hablando de ti con
el mismo orgullo que siempre he sentido, tenlo seguro.
Gracias por todo lo que nos has dado, por haber cuidado de mi y haber tenido siempre algo bonito para decirme. Por haber sido el alma
de nuestra familia que te estará echando de menos toda la vida.
El cariño
que tanto le diste a tu prima pequeña lo sentía, y siempre ha sido recíproco.
Ojalá lo supieras. Y ojalá te siga llegando allí donde
estés.
Te quiero para siempre, primo.
Nunca te irás...